|
El último kiosko superviviente |
Las lluvias y el bajón en el termómetro con el que comenzó
la semana, me hacen darme cuenta de que el verano va tocando a su fin y que un
otoño madrugador llama a la puerta a pesar de que queden los veranillos de San
Miguel y otros llamados de mil formas en función del lugar.
Y así he caído en la cuenta de que este año no he probado
las novedades de las principales marcas de helados industriales. Parece
ridículo que una persona ya de cierta edad se pare a pensar que ha terminado el
año y no ha probado el Maxibon Waffle, los Häagen-Dazs Dúo o el Magnum Double
Gold Caramel Billionaire.
Pero es que los recuerdos tiran mucho y más que el interés
en comer esos helados, está la añoranza de tiempos cada vez más lejanos. Y es que,
seguro que muchos de vosotros también recordareis aquellos años en los que al
abrir los kioskos en verano, los chavales corríamos a ver el gran cartelón que
colgado o en forma de tótem nos ubicaban junto a los mismos. En esos carteles
buscábamos la novedad del año, ese helado que queríamos probar para estar a la
última.
Así, a lo largo de los años fueron asomando los Frigurón,
Calippo, Twister, etc. Que iban tratando de hacerse hueco entre los clásicos Colajet,
Drácula, Frigopie o Milky. Aunque para clásico el “helado de corte” que era con
el que acababa la mayoría de las veces, pues mis padres no eran partidarios de
comprarme “helados de hielo” o “polos”. Hoy evidentemente y por aquello de las “contaminaciones
cruzadas” se hace impensable y casi tercermundista dicha práctica.
Pero además de las marcas de helados y los nombres de los
mismos, han cambiado otras muchas cosas en estos años como ya comenté en sendas
entradas hace un tiempo (1 y 2). ¿Dónde están esos kioskos donde comprábamos
las chucherías o helados? Recuerdo así a groso modo, que existía uno en la Plaza de la Estación, aquella plaza cuadrada con un paseo que la rodeaba y una
gran farola central, infinitamente más acogedora que la actual de la que ni me
molestaré en hablar de sus “personajes habituales”. Aquel kiosko era de Frigo y
no sé si siempre estuvo pintado de verde, pero al menos así lo recuerdo en sus
últimos años. Un poco más arriba y junto a las escaleras de acceso al Paseo del
Rio junto a los soportales, se encontraba otro puesto regentado por una mujer
muy delgaducha de pelo negro salpicado con canas. Ese puesto ha sido el último
en desmantelarse que yo recuerde, pero antes tuvo una segunda vida a golpe de
gofres.
Antes, y en la acera contraria, Los Hernández solían montar
un kiosko en verano, en el que servían los helados “soft”, para que nos
entendamos, los cucuruchos tipo Mc Donald’s. Una variedad que era inaccesible
salvo cuando llegaban las fiestas o si bajabas a Madrid. Ya sabemos que no era
ni es el mejor helado, pero nos encantaba.
Volviendo a la acera principal, pues recordemos que el paso
continuo por la otra acera a lo largo de toda la Calle Real es algo
relativamente reciente, una vez pasado el puente, se encontraba el puesto de
Maximino. Recuerdo verlo trabajar en él hasta bien mayor. Hoy ese puesto sigue
abierto, aunque no con la estructura antigua, sino mucho más grande. Se
trataría del único que se mantiene activo y con las características del negocio
de antaño.
Cruzando la Calle de Alonso Pena, llegaríamos al kiosko de
Chani y más recientemente de Bea. Aún se mantiene en pie, pero sin actividad
pues su última inquilina ya se jubiló. Y un poco más arriba, más o menos a la
altura de Banco Santander, estaba otro puesto regentado por un tal “Perico”, al
que también le recuerdo muy mayor.
|
Kiosko de Chani o de Beatriz |
Esos kioskos eran concesiones a las que solo se podía llegar,
igual que con los estancos, si tenías algún tipo de “minusvalía”, que era como
se decía entonces sin que nadie fusilase a nadie por el uso de la palabra. Pues
al final, el daño no lo hacen las palabras sino el tono, el modo y el uso que
se hace de ellas. Era la forma de ganarse la vida para muchas de estas personas
en un mundo en donde la protección social era un capítulo aún por escribir.
El caso es que, por unas cosas u otras, el paisaje de la
Calle Real ha cambiado mucho. Descenso de natalidad, internet hundiendo la
venta de todo lo que huela a papel, tiendas donde poder comprar helados en
formato familiar de forma mucho más económica, guerra al azúcar… Un cúmulo de
motivos para que solo quede un puesto funcionando junto con los de la ONCE, que
también viven su particular guerra contra las casas de apuestas ya sean presenciales
o virtuales, amén de los múltiples tipos de loterías que surgieron hasta
finales de milenio.
|
Los Kioskos de la ONCE son "La Resistencia" |
La desaparición de estos puestos, no es más que el espejo en
el que se refleja la continua decadencia y evolución de un pueblo joven y
dinámico a una ciudad vetusta y enquistada donde la dejadez y la desidia marcan
el ritmo sin darnos cuenta y donde el tiempo causa estragos.
En fin, que si te quieres comer un helado te tienes que ir a
buscar una tienda regentada por un asiático o lo llevas claro. Y es que de heladerías
artesanas no es que estemos bien surtidos precisamente. Un gran lunar en “La
Capital de la Sierra”. Esa capitalidad que ya hace mucho que nos viene grande y
por la que ya casi ni paseamos para darnos cuenta de como ha cambiado por más
que tratemos de mirar para otro lado.