Nos quedamos en la anterior entrada en la salida del
colegio. Aquí hay una gran diferencia con respecto a lo que “viven o sufren”
los niños de hoy en día. Pues muy pocos eran los que iban a clases particulares
después del horario escolar, si acaso algunos que sus padres viendo que se
descolgaban en algunas asignaturas les ponían un profesor particular o les
apuntaban a una academia, pero ni por asomo se les metía todos los días otras
dos horas de actividades extraescolares ya fuesen académicas, deportivas o
recreativas.
Unos pocos aprendían a tocar la guitarra con Maroto, otros
estaban apuntados al equipo de fútbol o de baloncesto del colegio y poco más. Así
que disponías de buena parte de la tarde para ti, otra cosa es como te la
administrases para llegar a cumplir con los deberes que te ponían los
profesores, que yo creo que eran más que los que ponen hoy en día. Lo que pasa
es que los padres de entonces no los sufrían, porque no se ponían a hacerlos con
nosotros. Tú llegabas a casa te ponías a la faena y punto, era tu obligación y
sabias que tenías que cumplir con ella.
Pero como decía, la gran diferencia era el disfrute de buena
parte de las tardes sin una planificación adulta, siempre que hubieses
respondido o respondieses a tus tareas. En el programa al que hacía referencia
en la anterior entrada, se nos retrataba a chavales aburridos encerrados en una
casa, sin embargo la realidad era otra. Algunos nos quedábamos hasta bien tarde
jugando al baloncesto en el patio del colegio, casi hasta que nos echaban o se hacía
de noche. Otros iban a su barrio y allí se jugaban su partido de fútbol o
baloncesto, muchas veces rescatando el que había quedado a medias en el mediodía.
No hacía falta tener que ir a una instalación deportiva para
poder jugar esas pachangas, pues buena parte de las calles de Villalba a duras
penas registraban tráfico y los coches aparcados algunas veces no llegaban ni a
la mitad de su capacidad. El balón raramente era uno "de reglamento", pues la mayoría no lo teniamos y los que lo tenían lo reservaban para las grandes citas en los "santa satorum" del futbol infantil villalbino, Campo de la Via, Campo de la Iglesia o El Biuti. ¿Porterías? Con
poner el montón de jerséis o sudaderas a modo de postes ya valía y sino, una
caja de cartón o de bordillo a bordillo o la puerta de alguna finca de
veraneantes. Había zonas privilegiadas donde quedaban aún parcelas sin casi obstáculos
para poder jugar esos partidillos. La de mi barrio era conocida como “Los
Rollos”, pues era la parcela donde antiguamente Telefónica tenia los rollos de
los tubos del cableado. Esta fue una de las últimas en caer y en su “embarcadero”
horas y horas de conversación y “pavadas” de quinceañeros se dieron a lo largo
de los años.
Pero había muchos más juegos como la rayuela, la goma, la
comba (todos estos más femeninos, pero que también eran practicados por chicos
en algunas ocasiones), las chapas o las canicas…
En definitiva, las calles eran de los niños y las madres tenían
que salir con el lazo a por nosotros.
A estas alturas muchos diréis que esto solo refleja la parte
de la infancia más tierna, pero no cambiaba mucho en los adolescentes. Cierto
es que iban dejando ciertos juegos, en parte porque había que aparentar una
falsa madurez o por ser el malote o el tipo duro. Eran los tiempos de los
recreativos y sonaban con fuerza los Barón Rojo, Obús, Kiss, Iron Maiden, etc.
en contraposición a los “pijos” Hombres G o la nueva sensación rubia Madonna,
los tiempos de la Supertele, Superpop, Pronto, las tetas de Sabrina o Samantha
Fox.
Esta generación un poco más mayor, tenía sus puntos
habituales de reunión en torno a los salones recreativos, de los que teníamos una
buena representación. Las Cigüeñas, encima del Santander del Canguro donde la
academia Cea, el mismo Canguro, la tienda que hace esquina entre Travesía de la
Venta y Batalla de Bailen, El Zoco. Sin duda la más emblemática fue la de Las
Cigüeñas, por dimensiones, por sus billares, por su Jukebox donde no paraban de
sonar la música símbolo de una época. Unos cuantos jugaban y otros muchos más mirábamos
como los más diestros en estas lides pasaban pantallas del Pacman, Galaxy o el revolucionario para la época Dragon’s Lair.
La calle era la vida cotidiana de un pueblo como Collado
Villalba, en el caso de los más jóvenes por lo dicho en estas dos entradas, en
los más mayores por el ir y venir al trabajo o a las tiendas de toda la vida,
donde había que pasar una mañana para comprar la carne al carnicero, el
embutido al charcutero y el pescado a
los Tapia. Pero eso ya fue otra historia.
Uno mira con añoranza como se han perdido estas señas del
pasado que han dado paso a calles llenas de coches y vacías de gente.