Pero, aunque lo del “quédate en casa” no haya terminado de
calar entre nosotros como habría sido deseable, lo cierto es que resultan
impensables ciertas formas de ocio que en tiempos fueron la forma de vivir de
la sociedad. Precisamente hoy quiero volver la vista atrás a algo que los más
jóvenes seguro que verán como de los tiempos Maricastaña.
Y es que les voy a hablar de las salas de juegos o
recreativos, que nada tienen que ver con las salas de apuestas que hoy pueblan
nuestras calles.
Cierto es que su clientela principal, tanto de las antiguas
como de las actuales, era y es el público juvenil y adolescente, y aunque ya en
los años 70-80 existían maquinas en las que podías ganar dinero, en aquellas
salas lo que prevalecía era la diversión y el entretenimiento. Evidentemente
también existía un componente adictivo, pero no tan dañino como el que causan
las apuestas de hoy en día. Por eso nuestras madres no querían vernos cerca de
las máquinas de videojuegos que tan atractivas resultaban a unos chavales que
aún no sabían lo que se venía encima con las consolas que llegarían a
popularizarse dos décadas después. A lo sumo, los más privilegiados ya entrados
los 80`s, podrían tener un Spectrum, un Commodore o un Amstrad. Por aquellos
años salieron también otro tipo de “maquinitas de marcianos”, que solo portaban
un único juego y de grafismos casi estáticos y que era el juguete deseado por
Reyes y uno de los más comunes en las comuniones. Nada que ver con la Game Boy
que tuvo que esperar otra buena pila de años.
La más antigua y que más influencia marcó, fue la de “Las
Cigüeñas”, ubicada en ese mismo bloque en lo que hoy es una frutería. Mi
memoria falla y no recuerdo si tenía dos plantas o solamente se trataba de una
primera planta a dos niveles. Me inclinaría más hacia lo primero. En esa planta
superior, se encontrarían los billares, que eran para un público más adulto,
mientras que la planta baja estarían los videojuegos, estando los más adultos
en la zona más interior, sin olvidarnos de los emblemáticos "pinball". Recuerdo que había una máquina para poner música y
donde sonaban principalmente grupos de rock heavy nacional como Obús o Barón
Rojo, algún éxito internacional de la época tipo Money for Nothing o Another
Brick in The Wall Part II y por supuesto, el amplio surtido de rumbas y demás músicas
calorras. Los Chichos, Los Calis, Bordón 4, Los Chunguitos…
Era una España que se abría a las libertades, pero abierta
en canal por la droga y toda la delincuencia común que se derivaba por la
misma. Era una sala de juegos con un público muy heterogéneo y tal vez por eso,
los más pequeños nos veíamos un poco intimidados, y más cuando la persona que
daba el cambio o desatascaba las máquinas, no era especialmente amable con ese
sector mas infantil y en la sala dominaban “los greñas”. Pero ejercía prácticamente
un monopolio absoluto en el gremio y las salas de juego eran la alternativa al
balón y a los paseos comiendo chuches. Poco más podíamos hacer en el pueblo más
allá de ir al Cine Alvasan, que reservábamos para cuando llegaban grandes títulos.
Los más mayores ya se iban metiendo en el Quinto Infierno, Botticelli, etc…
Pero los que ni teníamos la edad ni la aparentábamos, teníamos que esperar aún
una buena temporada.
La siguiente sala de juegos que recuerdo, era una situada en
el edificio del Banco Santander frente al Canguro, el mismo de la academia CEA.
Un buen enclave a pesar de que no tenía acceso directo desde la calle y había que
subir las escaleras de un portal. Pero el tener allí la mayor autoescuela
(Crespo) y la academia, les garantizaba un más que interesante trasiego de
público juvenil.
No sé si esa misma sala de juegos acabó siendo trasladada a
la esquina que forman la Travesía de la Venta con Batalla de Bailen. Donde
luego hemos tenido un carrusel de comercios que han ido cambiando, desde una
tienda de golosinas a una inmobiliaria y no sé si ahora un centro auditivo.
Pero sin duda alguna, la gran revolución vino de la mano de
la sala de juegos del Zoco. Amplia, con los juegos más modernos, un encargado
con mano izquierda para saber controlar a los más pequeños y alborotadores,
pero sin espantarlos y a la vez ganarse a los más mayores. Ajena a malos rollos
y a ese ambiente un poco macarrilla que algunas veces campaba en según qué días
y horas en la sala de Las Cigüeñas.
Evidentemente, el estar en un lugar como El Zoco que fue el
imán para la juventud de principios de los ochenta, rodeado de cines, tiendas
de chuches, etc… era una garantía de éxito. Era un mundo empresarial de
sinergias que hacían que un negocio retroalimentase a otro. Nos llegaron las chucherías
a granel, un Burger, los estrenos de cine no se demoraban y en la sala de
juegos teníamos lo último de lo último. Un mundo confortable en la fría Sierra
del Guadarrama, un mundo de luces y de color con lo último de lo último. ¿Quién
no iba a querer ir al Zoco y a su sala de juegos todos los fines de semana? Si
todo el mundo iba, si lo teníamos todo. ¿Dónde está tu hijo Angelines? Se habrá
ido al Zoco con los amigos…
Y es que quien dirigió esa sala de juegos, la llevo muy bien
durante bastantes años, pues tenían casi todos los juegos más modernos
combinados con algunos clásicos. Fue en esta sala donde empezamos a ver los
grafismos que emulaban movimientos más naturales, emuladores deportivos e
incluso simuladores de conducción en coche o moto. Y eso era vital para ese
negocio.
Como todos sabréis, a la construcción del Zoco, le siguió años
más tarde la construcción del Canguro, un centro comercial que nació con “defecto
de forma” en mi opinión. Al contrario que el Zoco y pesa a ser más moderno, su
estructura quiso emular a la de centros mucho más grandes como el Burgo Centro
de Las Rozas o La Vaguada. Y eso constituyó un grave error, pues la planta en
forma de “y” dejo unos pasillos que llevaban a ninguna parte y sin tráfico de
clientes y la zona central, quedaba aniquilada por las escaleras mecánicas. No había
esa suerte de plaza central de la que si gozaba El Zoco.
Aun así, trató de replicar la fórmula del éxito con sus
salas de cine, más grandes y mejores que las de El Zoco, pero con peor
selección de películas y con su sala de juegos ocupando la terraza techada de
su planta superior. Una sala que era mucho más grande y que permitió hasta
poner un mini circuito de cars y algún hinchable. Sin embargo, sus videojuegos
siempre iban una generación por detrás con respecto a los juegos que podíamos encontrar
en el Zoco, un hándicap insalvable para un negocio que vivía de la novedad. Por
todo ello, esa sala nunca termino de despuntar y aunque vivió bastantes años,
siempre lo hizo a la sombra de los dos buques insignia de la localidad, Las
Cigüeñas y El Zoco.
La llegada de las grandes consolas tipo Play Station, Sega
Megadrive, etc. Se llevó por delante este mundo que unía la última tecnología con
la interacción social y evidentemente estos negocios lo empezaron a pasar muy
mal hasta su desaparición. Tal vez convendría tomar nota para que esta locura
de la tecnología no cause los mismos efectos sobre otros ámbitos de la vida en
un futuro no tan lejano.
Pero prefiero quedarme con una nota más agradable y melancólica y es que seguro que serán muchas las anécdotas vividas en esos lugares por muchos de vosotros. Espero haber podido despertar de vuestra memoria algunas de las mejores de aquellos maravillosos años.