La semana pasada se disputo la tercera edición de La Tragamillas, motivo este por el que mi blog ha sufrido este abandono en lo que a nuevas entradas se refiere, que no a su seguimiento, pero es que la preparación de la carrera ha conllevado un consumo de la practica totalidad de mi tiempo libre.
Para explicar el éxito de la carrera de este año, me voy a permitir la licencia de hacer un flash-back hasta mis orígenes de corredor y mi primer contacto con el Club El Castillo.
Hace ya unos cuantos años me apunte a un gimnasio, por aquello de disfrutar del tiempo libre y de paso mejorar mi salud, que ya empezaba a dar algunas señales de alarma, que si bien no eran preocupantes, ya iba siendo hora de ir escuchando. Al principio, típica rutina de máquinas y un poco de cardio, que fue derivando en salidas esporádicas con la bicicleta en los días de mejor tiempo. Pero a la gente con la que coincidía en esto del ejercicio, le dio por empezar a compaginar la bicicleta y la carrera e incluso se monto una clase de duatlon en el gimnasio, que consistía en salir a correr entre 30 y 45’ y según se llegaba, ponerse el maillot y meterte una clase de spinning de otros 55’ mas o menos, lo que daba como resultado una soberana paliza y no pocas subidas de gemelos entre los osados a realizar dicha combinación.
Total, que por no quedar desenganchado de estas nuevas tendencias dentro de la dinámica del gimnasio, decidí probar a hacerlo yo también y la primera experiencia fue mas bien traumática, ya que la ruta consistía en salir desde el Planetocio y llegar hasta el cementerio subiendo por la calle de las Aguedas. No llegue ni al Carrefour dentro del paquete, me tuve que descolgar y quedarme con el grupo de las chicas mas flojas. Pero cuando el grupo al dar la vuelta iba “recogiendo los cadáveres” decidí que yo subía un poco mas, y subí hasta casi el Supersol. Y así a base de cabezonería, cada vez me fui descolgando mas tarde, si bien, solo compartía con el grupo la primera parte de la salida.
A todo esto y de forma paralela, el monitor del gimnasio que llevaba dicha clase me empezó a bombardear con la idea de hacer una carrera popular. ¿A dónde voy yo a hacer el ridículo? Le respondía una y otra vez. A lo que el me decía “que poco confías en ti y que sorpresa te vas a llevar el día que pruebes”. Pero lo cierto es que no podía confiar en aquellos tiempos en mi capacidad para terminar una carrera de mas de 10km y mucho menos sin hacer el ridículo, pues cuando trate de seguir un plan de entrenamiento especifico, me sentía fatal y no era capaz de asimilarlo. Es decir, entrenar con cierta regularidad y pautas no estaba hecho para mí, no podía tratar de meterme en semejante lío cuando a un día de series le sucedían tres de descanso con las piernas como postes.
Pero tal fue la insistencia de este monitor, que un día con la guardia baja y no recuerdo el motivo, me vi en la necesidad de darme un empujoncito, de retarme a mi mismo y dar un golpe sobre la mesa en la que se quedo arrinconada mi autoestima. Y así me decidí a apuntarme a la Media Maratón de Madrid y sobretodo a otra en el trabajo, que conllevaba un viaje al extranjero. Salir fuera de Villalba y conocer una ciudad como Paris bien merecía el esfuerzo y el sacrificio de esos meses.
Y así empezaron mis entrenamientos, siempre salpicados por las grandes dudas, ¿no me habría equivocado empezando con una carrera de 21km? ¿Podría terminarla entrenando sobre distancias de poco mas de 10-12km? A lo que el entrenador siempre me decía lo mismo. Confía y ten en cuenta que para hacer una carrera, no es preciso entrenar esa distancia, lo que con el tiempo he leído y escuchado tantas veces, es importante la cantidad, pero más si cabe aún la calidad del entrenamiento.
Y así cuando ya se acercó la fecha de la disputa de la primera carrera de mi vida, me encontré con el problema de ir hasta allí, ya que buena parte de los que me motivaron a apuntarme al final no la iban a correr y otros iban a ir “los del Castillo”. Menudo problema, como me planto yo allí sin saber nada, ni transporte, que no disponía de coche para aquel día… Y todos diciéndome, acércate y pregúntales si les queda sitio, que creo que van a poner un autobús. Pero por mi educación y mi forma de ser, lo que menos me apetecía era tener que ir a pedir un favor a alguien a quien no conocía, me parecía un gesto por mi parte de autentico “caradura”, pero finalmente las circunstancias me obligaron y termine acercándome al Mesón a probar.
El lugar estaba tal como lo recordaba de muchos año atrás cuando en un par de ocasiones fui con amigos a tomar algún botellin y me deje las lumbares como media Villalba en sus taburetes. Allí le comente mi situación a José, quien me dijo que sin problema y que incluso si quería me retiraba mi bolsa, como así fue. Solamente tenia que ir al lugar de la quedada, en Las Murallas. Lugar que me era desconocido y que yo trataba de asociar a alguna pared.
Evidentemente, mi miedo ante “la primera vez” y la distancia, me hicieron ir hacia atrás en la salida y perder de vista el grupo con el que me plante en la salida, a los cuales no vía hasta mi llegada en meta. Y así fue como contacte por primera vez con el Club, por aquel entonces “Club Mesón Castillo”.
Después, yo por mi parte hice la carrera que me metió en todo este asunto en Francia, con un viaje inolvidable, del que conservo aún un par de amistades a las que veo con cierta regularidad. Y tras esta disputé la del Rock and Roll de San Lorenzo del Escorial y la popular de Guadarrama. Donde retomaré el siguiente post, ya que fue allí donde volví a tener contacto con “los del Castillo”.