sábado, 30 de septiembre de 2017

Yo también vivi los... (II)

Nos quedamos en la anterior entrada en la salida del colegio. Aquí hay una gran diferencia con respecto a lo que “viven o sufren” los niños de hoy en día. Pues muy pocos eran los que iban a clases particulares después del horario escolar, si acaso algunos que sus padres viendo que se descolgaban en algunas asignaturas les ponían un profesor particular o les apuntaban a una academia, pero ni por asomo se les metía todos los días otras dos horas de actividades extraescolares ya fuesen académicas, deportivas o recreativas.


Unos pocos aprendían a tocar la guitarra con Maroto, otros estaban apuntados al equipo de fútbol o de baloncesto del colegio y poco más. Así que disponías de buena parte de la tarde para ti, otra cosa es como te la administrases para llegar a cumplir con los deberes que te ponían los profesores, que yo creo que eran más que los que ponen hoy en día. Lo que pasa es que los padres de entonces no los sufrían, porque no se ponían a hacerlos con nosotros. Tú llegabas a casa te ponías a la faena y punto, era tu obligación y sabias que tenías que cumplir con ella.


Pero como decía, la gran diferencia era el disfrute de buena parte de las tardes sin una planificación adulta, siempre que hubieses respondido o respondieses a tus tareas. En el programa al que hacía referencia en la anterior entrada, se nos retrataba a chavales aburridos encerrados en una casa, sin embargo la realidad era otra. Algunos nos quedábamos hasta bien tarde jugando al baloncesto en el patio del colegio, casi hasta que nos echaban o se hacía de noche. Otros iban a su barrio y allí se jugaban su partido de fútbol o baloncesto, muchas veces rescatando el que había quedado a medias en el mediodía.

No hacía falta tener que ir a una instalación deportiva para poder jugar esas pachangas, pues buena parte de las calles de Villalba a duras penas registraban tráfico y los coches aparcados algunas veces no llegaban ni a la mitad de  su capacidad. El balón raramente era uno "de reglamento", pues la mayoría no lo teniamos y los que lo tenían lo reservaban para las grandes citas en los "santa satorum" del futbol infantil villalbino, Campo de la Via, Campo de la Iglesia o El Biuti. ¿Porterías? Con poner el montón de jerséis o sudaderas a modo de postes ya valía y sino, una caja de cartón o de bordillo a bordillo o la puerta de alguna finca de veraneantes. Había zonas privilegiadas donde quedaban aún parcelas sin casi obstáculos para poder jugar esos partidillos. La de mi barrio era conocida como “Los Rollos”, pues era la parcela donde antiguamente Telefónica tenia los rollos de los tubos del cableado. Esta fue una de las últimas en caer y en su “embarcadero” horas y horas de conversación y “pavadas” de quinceañeros se dieron a lo largo de los años.


Pero había muchos más juegos como la rayuela, la goma, la comba (todos estos más femeninos, pero que también eran practicados por chicos en algunas ocasiones), las chapas o las canicas…
En definitiva, las calles eran de los niños y las madres tenían que salir con el lazo a por nosotros.
A estas alturas muchos diréis que esto solo refleja la parte de la infancia más tierna, pero no cambiaba mucho en los adolescentes. Cierto es que iban dejando ciertos juegos, en parte porque había que aparentar una falsa madurez o por ser el malote o el tipo duro. Eran los tiempos de los recreativos y sonaban con fuerza los Barón Rojo, Obús, Kiss, Iron Maiden, etc. en contraposición a los “pijos” Hombres G o la nueva sensación rubia Madonna, los tiempos de la Supertele, Superpop, Pronto, las tetas de Sabrina o Samantha Fox.


Esta generación un poco más mayor, tenía sus puntos habituales de reunión en torno a los salones recreativos, de los que teníamos una buena representación. Las Cigüeñas, encima del Santander del Canguro donde la academia Cea, el mismo Canguro, la tienda que hace esquina entre Travesía de la Venta y Batalla de Bailen, El Zoco. Sin duda la más emblemática fue la de Las Cigüeñas, por dimensiones, por sus billares, por su Jukebox donde no paraban de sonar la música símbolo de una época. Unos cuantos jugaban y otros muchos más mirábamos como los más diestros en estas lides pasaban pantallas del Pacman, Galaxy o el revolucionario para la época Dragon’s Lair.




La calle era la vida cotidiana de un pueblo como Collado Villalba, en el caso de los más jóvenes por lo dicho en estas dos entradas, en los más mayores por el ir y venir al trabajo o a las tiendas de toda la vida, donde había que pasar una mañana para comprar la carne al carnicero, el embutido al charcutero y el pescado a  los Tapia. Pero eso ya fue otra historia.



Uno mira con añoranza como se han perdido estas señas del pasado que han dado paso a calles llenas de coches y vacías de gente.

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