Esta entrada fue escrita para un proyecto de libro de recuerdos de los aficionados de C.B.C. Villalba. Debido a la no publicación del mismo, decido subir la misma al blog, a pesar de que dicha campaña ya habia sido objeto de analisis en el repaso del año anterior con motivo del partido homenaje.
Se trata de la visión de un joven de 15 años, que tuvo la oportunidad de ver todo esto a pie de cancha, justo desde el pasillo de vestuarios.
Corría el año 1987, era aún demasiado joven como para que se
me permitiese el acceso a las discotecas y terrazas tan de moda en el Collado
Villalba de la época, donde poco a poco se abría hueco la música del The Joshua
Tree de los U2. Villalba era el epicentro de la movida serrana y hasta aquí
llegaban gentes de todas partes, no solo de la sierra, sino también desde otros
puntos de la provincia.
Sin embargo, fuese al ritmo del grupo irlandés, al de la
ambición rubia o al de los melenudos de Jersey, un buen grupo de villalbinos
peregrinábamos un sábado si, un sábado no, hasta el pabellón municipal de
deportes, donde el equipo de baloncesto que surgió como una aventura suicida en
la primera división dos temporadas antes, iba consolidando su proyecto tras un
año de asentamiento en la Primera División B.
Y es que en ese tercer año el Villalba trataba de dar un
paso al frente con un nuevo modelo y ya bajo el paraguas protector de un
patrocinador potente como lo era el Bancobao. Recordemos que en aquellos
tiempos el baloncesto era un deporte que tuteaba al fútbol en interés deportivo
y mediático.
La selección había sido subcampeona olímpica pocos años antes, en la
liga el Barcelona ganaba al Juventud de Badalona sumando así el título nacional
al europeo de la Korac y la nueva liga bajo la denominación ACB estaba dando
sus primeros pasos, play off incluidos,
tras la búsqueda de un modelo más espectacular al estilo de la NBA de la
cual veíamos un partido en abierto cada semana con los duelos entre Magic y
Bird como principal aliciente.
Visto así, el salto desde la Primera B a la ACB era todo un
sueño y hasta cierto punto una utopía y más cuando por el camino estaban
equipos como el Cajamadrid de Alcalá de Henares con un potencial económico muy
superior. Pero aquel año la plantilla se confeccionó muy bien tras una
revolución que llevó consigo que solo Gorka Rodriguez, Seguí, Marrero, Prada y Barros continuasen del año anterior. Se
buscó un bloque en el que la juventud se viese compensada por la veteranía de
algunos miembros como Luis Mari Prada y la pareja de extranjeros, cuya calidad
era premisa indispensable para que cualquier equipo fuese competitivo.
Y se llego a la última jornada de la temporada con el sueño
ahí, al alcance de la mano y sin dependencias de otros equipos, pues en la
semana anterior habíamos ganado al Caja Madrid en Alcalá de Henares, lo que nos
situaba por delante de ellos y por tanto éramos dueños de nuestro futuro pese a
que desde los despachos se tomase la decisión de reducir de tres a dos el
número de ascensos a la ACB para aquel año a mitad de temporada. Una decisión
que había sido muy criticada y que implicaría un boicot a la prueba si se
mantenía. Pero el Villalba estaba ajeno a la polémica, pues dependía de si
mismo ante la visita del Elosua León, si ganábamos el sueño se haría realidad.
Por aquellos tiempos yo tuve la fortuna de ser de los chicos
que colocaban la publicidad alrededor de la pista y las sillas de tijera de los
“socios protectores” a cambio de poder ver luego el partido. Ese día me toco la
zona del túnel de vestuarios, un enclave que solo me tocó en aquella ocasión.
Teníamos que estar preparados para bloquear los accesos a esa zona una vez que
concluido el partido la gente tratase de festejar el ascenso con los jugadores
más allá de la grada.
Éramos claramente superiores en la clasificación y en el
juego, sin embargo el partido se nos fue atravesando y nuestro rocoso plantel
aquel día presentó fisuras. La columna vertebral del equipo la formaban Marrero
(que explosionó como jugador aquel año), Prada aportando su pausa y poder
reboteador, Juan Carlos Barros (un tres alto y con buen tiro, algo poco común
en aquellos años en un jugador nacional), José Luis Bernal en la dirección y
los americanos Floyd Allen (que sustituyo a Jeff Allen tras finalizar la fase
regular en la ACB y dado que su tocayo llevaba un declive en su rendimiento muy
acusado desde la mitad de la temporada) un reboteador y atlético pívot que
revitalizó el equipo y en especial la estrella Dan Caldwell, un alero tirador que
ya había jugado en ACB y que promedio unos números de crack. Hablo de memoria,
pero creo que fue el segundo máximo anotador de la temporada en la categoría.
Caldwell era un seguro de vida con un tiro letal a cinco
metros del aro y mas allá del 6,25. Era el hombre que cerraba los partidos
cuando estos se ponían complicados como fue el caso de aquella tarde con el
conjunto leones que a falta de unos segundos se ponía por delante y truncaba
nuestro sueño.
Pablo Casado pidió tiempo muerto para ejecutar esa última
jugada, nos valía con anotar una canasta sencilla y teníamos tiradores de
garantías como el americano o en segunda instancia Marrero, que ya les clavo
sobre la bocina una canasta desde mitad de campo para ganar un partido al
Askatuak. Fue un tiempo muerto que se hizo eterno, con el corazón en un puño y
esperando el momento de gloria que iba a vivir en un lugar de privilegio.
Se reanudó el juego y la jugada de pizarra salió tal como se
planteo con un tiro de Dan Caldwell desde el lateral izquierdo de nuestro
ataque a poco más de cuatro metros y medio. Era el tiro que no fallaba y aquel
día llevaba una cifra cercana a los treinta puntos, tenía la muñeca caliente,
el ascenso estaba hecho.
Sin embargo, el aro escupió el balón y quiso que el bueno de
Dan fallase el tiro que cambiaria la historia del club. El hombre frio y letal
mostro su faceta humana en el peor momento posible y la grada enmudeció, nadie
podía creer lo que sus ojos habían visto. No hubo invasión de campo, la puerta
que teníamos que atrancar no se intentó abrir en ningún momento hasta que bajo
el presidente Fernando Hueso acompañado por su mujer que llorando y clamando
por lo injusto de lo vivido quiso vivir ese duro momento con los jugadores.
Unos gigantes de dos metros que entraron unos con la cabeza baja y otros entre
gritos de ira golpeando puertas y todo cuanto se anteponía a su paso.
El sueño se había despedazado y el deporte nos recordó
porque es tan grande, por lo fino de la línea que separa el éxito del fracaso.
Éramos segundos y era un éxito, pero “el pacto de caballeros” suscrito por los
clubes de la 1ª división B solo daba acceso al primero a la ACB, una plaza que
ganó el Caja de Ronda. Los clubes se negaban a la petición de la máxima
competición de aceptar un cambio de reglas con la competición ya en
marcha. Si manteníamos el pacto y renunciábamos a lo
ganado en las pistas, la plaza pasaría al siguiente clasificado y así hasta que
algún club la aceptase. Una decisión quijotesca cuando el tercero en discordia
era el Cajamadrid que había anunciado ya que la tomaría encantado.
¿Pondríamos la otra mejilla?...
El plantel de aquel año fue: Raúl
Valiño, Luis Mari Prada, Javier Lorente, Héctor Perotas, Gorka Rodríguez, Manolo Andivia, Adolfo Segui, José Luis
Bernal, Juan Ramón Marrero, Juan Carlos Barros, Jeff Allen (sustituido por
Floyd Allen en los últimos partidos), Dan Caldwell, Javier Sevilla (preparador físico), Manuel
Alcaide (segundo entrenador) y Pablo Casado (entrenador).
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