Ha sido volver de un tiempo de retiro alejado del día a día
de mi pueblo y me encuentro con que uno de
los profesores de mi infancia ha fallecido. Como nos sucede a todos,
buena parte de los recuerdos de nuestra infancia van ligados a la escuela y las
vivencias allí acaecidas como comente ya en otra entrada.
Pero hoy toca centrarse en la figura del profesor.
Por ser el colegio más antiguo del barrio de la Estación, en
el Carlos Ruiz tuvimos la suerte o la desgracia, según se mire, de tener a los
profesores más antiguos y carismáticos del municipio como Don José, Don Carlos,
Don Feliciano, Don Paulino, Don Marcelo… que prácticamente se iban jubilando
conforme me iban dando clase. Fijaros que delante de todos y cada uno de ellos
he ido poniendo el “Don”. Era impensable en aquellos primeros años 80 no llamar
a su profesor con el “Don” o “Doña” delante. Eran la autoridad del lugar y los
alumnos les debíamos un respeto a todos ellos, aunque algunos llevasen el
respeto mas allá con formulas represivas propias de otros tiempos.
Afortunadamente para mi suerte académica, al cambiar a 5º de
EGB, entre esos profesores de métodos antiguos y desfasados, se iban
intercalando otros más jóvenes con métodos mucho más modernos y efectivos para
el desarrollo de la actividad educativa. Y en medio estaba siempre Don José
Antonio.
El hombre con el que se hacia el silencio cuando sonaba la
puerta de abajo del bloque que siempre era acompañada por un sonido gutural
profundo que se fue acentuando con los años y el consumo de tabaco.
Un hombre de disciplina férrea que llegaba a provocarnos auténticos
cuadros de miedo escénico ante cada examen o salida a la pizarra, pero de gran
efectividad a la hora de conseguir dar el temario y que los alumnos asimiláramos
los conocimientos que el impartía. Sin duda alguna, todos los que disteis clase
con él en mis años o los anteriores, coincidiréis conmigo en que en sus
asignaturas era donde menos notabas el salto al pasar al instituto. Por algo
seria.
Y es que tal vez en la educación de hoy hace falta tener de
vez en cuando algún profesor como él y no tanto “coleguita” o “funcionario” que
solamente se limita a ir a clase y a evitar la mas mínima complicación. La
implicación de los profesores en la educación de sus alumnos era un pilar
fundamental antaño, cosa que ahora no sucede.
Recuerdo como cada domingo al salir de misa con mis padres,
me temblaban las canillas cuando nos cruzábamos con Don José Antonio ante el
miedo a que mi padre le preguntase por mi comportamiento y mi rendimiento en la
escuela. Y no es que tuviese que esconderme por haber hecho algo malo, pero la
autoridad era la autoridad. Hoy esas imágenes no se dan.
El caso es que pese a todo, a lo bueno y a lo malo (que
también lo tuvo y en importantes dosis), Don José Antonio “El Choto” fue uno de
esos profesores que dejo huella y que forjó la personalidad de cientos y
cientos de estudiantes villalbinos.
D.E.P.
3 comentarios:
Un gran profesor, sin duda. Un maestro de los de toda la vida. Yo fui alumno suyo desde 1973 hasta 1975 y le recuerdo como un hombre que imponía la disciplina como primera norma, que exigía más que nadie y que castigaba más que nadie. Pero aprendíamos, y de qué manera. Siempre bien arreglado, perfumado, con su prensa deportiva y su tabaco. No cabe duda de que en el cielo estará impartiendo su mejor lección.
Enrique Fresno Ballesteros.
Gracias por tu comentario Enrique.
De los que tuve en el Carlos Ruiz, creo que es de justicia decir que fue el mejor, aunque su exigencia y dureza supusiese algún trauma infantil.
Gracias por este gran homenaje a mi padre. El estaba orgulloso de su colegio y de sus alumnos y su trabajo fue su gran vocación. Me alegra ver que muchos de esos alumnos le recuerdan con respeto y sobre todo con cariño.
Nuria de Castro Sánchez
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