Recuerdo la mecánica perfectamente, pues me tocó ir varias
docenas de veces a comprar material al almacén de construcciones de la
Viuda de
Mario Capote. Lo primero era ir al edificio del lado izquierdo de la calle,
donde pedias el material y lo pagabas. Luego con la nota que te daban, cruzabas
la calle y allí,
Alfonso o el empleado que hubiese trabajando en ese momento,
te daba la mercancía. Recuerdo que era muy llamativo el ver los distintos
calendarios de
“tías en bolas” que colgaban de los apartados del almacén.
Recordemos que, en aquellos tiempos de las películas de dos rombos, padres que te
hacían acostarte casi con Casimiro y que se consideraba porno a la revista Interviú.
Con el paso de los años, el negocio fue cayendo a pesar del
boom inmobiliario. En esos últimos años ya solo recuerdo a Alfonso (por aquel
entonces no sabía su nombre) en la zona de carga y descarga de material. Y finalmente,
por las razones que fueran, termino cerrando.
Me imagino que entonces comenzaría el largo camino que ha
dado con Alfonso en la calle. Me pareció leer por ahí, que tuvo algún otro
trabajo después, pero que, al no ser una persona despierta, fue víctima de los
abusos de unos y otros. Pero esto es algo que yo no puedo afirmar, aunque sí
que me resulta bastante probable.
En los últimos años le vi a horas muy intempestivas salir
desde donde me imagino que vivía, frente a la antigua carpintería de Garrido y
comenzar a deambular por la Plaza de los Belgas, que se había convertido en su hábitat
natural. Ya al mediodía era fácil verlo en los alrededores de la cafetería Vai-Ven,
una de las esquinas donde mejor se puede retratar lo que es el desarraigo y el
estar al borde de la marginalidad. Así me lo he cruzado durante cientos de
veces en los últimos años y siempre pensaba en lo mismo, este hombre tiene que
tener problemas de cabeza, porque no era normal estar a las 6:00 dando tumbos
con los fríos del invierno. Además, su imagen era la típica de la persona que
vive aislada en su mundo.
A raíz de la pandemia, mis hábitos de desplazamiento para el
trabajo han cambiado y ya no lo veía cada día como antaño. Sin embargo, no
hacía mucho que lo vi. Iba acompañado de otras dos personas y el deterioro físico
y mental era ya evidente. Portaba consigo un carrito con sus pertenencias, lo
que hacía pensar que ya vivía en la calle y no bajo techo. Era la típica estampa
que tantas veces hemos visto en las películas americanas donde el viejo héroe del
Vietnam vive con la sola compañía de una botella de alcohol envuelta en papel.
No sé qué puede haber sido lo que le haya procurado ese
último paso cuando ya estaba al borde del precipicio y especular más va en
contra de mi forma de pensar en estos casos. Bastante sufrimiento tiene que
tener la familia, para que los extraños nos pongamos a tirar vinagre en la
herida.
Y por lo anteriormente expuesto no pensaba escribir sobre el
tema, pero lo leído en las RRSS y las declaraciones y oportunismo de buena
parte de nuestra clase política me ha revuelto las tripas por su afán en
simplificar y reducir a lo absurdo problemas tan complejos.
Decir que “La Calle Mata” y que habiendo casas vacías es culpa
del Ayuntamiento el que Alfonso haya muerto, es reducir el problema a unos
niveles que me hacen dudar y mucho de esos defensores de los derechos sociales.
¿A caso era yo el único que se había cruzado cientos de veces con Alfonso en
los últimos años? ¿Soy yo el único que ve como han dormido y duermen algunos
vagabundos en los soportales de ciertos edificios al único abrigo de unas cajas
de cartón y unas mantas viejas?
El dar un techo a este tipo de gente creo que no llegaría a
solucionar más de un 5% de los casos, pues al final ese quedarse sin techo no
es más que la cascarilla que oculta el problema de fondo que suele ser una
enfermedad mental o una capacidad distinta.
Sin exculpar al Ayuntamiento de sus obligaciones, tal vez la
concejala Eva Morata, que no tardo en reunir a los medios y soltar su mitin,
debería ir a ver a sus amigos del Ateneo y ver que le cuentan de esa gente que
va a solicitar ayuda. O mejor incluso, a la gente de Cáritas y del comedor de
la Virgen del Camino, que parece que fueron los últimos en dar una mínima ayuda
a Alfonso. Pero ya sabemos que a la iglesia le pedimos, pero no la reconocemos
los servicios que presta.
Y es que este triste episodio me ha hecho volver a pensar en
algo en lo que siempre he discrepado. Dar ayuda, pero sin pedir a cambio nada.
Recuerdo los tiempos en los que a la gente de “Pan Para Todos” se les llenaba
la boca de decir que ellos daban ayuda a la gente sin que esta tuviese que
demostrar su situación de vulnerabilidad por aquello de no estigmatizar. Tengo
claro que no tiene que ser un trago fácil y que seguramente muchos apuren su
situación al máximo antes de reconocer sus problemas, pero por otro lado nos quitaríamos
mucho aprovechado y los servicios sociales podrían hacer un seguimiento más
efectivo de los casos extremos para poder ayudar a la gente antes de llegar a
desenlaces fatales.
Y es que uno de los mayores problemas a los que se enfrentan
los trabajadores sociales, es el rechazo de esa gente a ser ¿ayudados,
seguidos, rastreados? Usen el verbo que prefieran. Para ellos el ir a los
servicios sociales se trata de un “tramite de fichar” para seguir percibiendo
la ayuda. Es habitual que llamen a los padres para tratar de hacer el
seguimiento de la familia y que este diga que tiene cosas más importantes que
hacer que hablar de sus hijos y que ahí acabe la posibilidad de dar una ayuda
más profesional. Imagínense que puede ser de esas criaturas en el futuro y
evidentemente, creo que el estigma que pudiese sufrir el padre es un mal menor
con relación a la posibilidad de tener una ayuda profesional a medio y largo
plazo.
Así pues, frases como “La Calle Mata” en boca de nuestros hipócritas
políticos y sus palmeros, que han colgado enlaces de gacetas de izquierda que
corrieron a cambiar el nombre de la calle Ruiz de Alarcón por la que tanto
deambuló Alfonso, pero que no saben ni ubicarla, no dejan de ser eslóganes
políticos, pues me temo que son ellos bastante más responsables que las calles.
Y conste que repito que no exculpo al Ayuntamiento de su parte de
responsabilidad, pero no comparto que ellos “hayan apretado el gatillo”. Los
problemas sociales no se resuelven por dar un mendrugo de pan o propiciar un
techo, pues ya sabemos cómo han acabado muchos de esos barrios de acogida y de
esas viviendas sociales. La calle no ha matado a Alfonso, lo ha matado la
sociedad en la que vivimos. Es un fracaso de todos.