martes, 1 de diciembre de 2020

Todos queríamos ser Maradona

 

Imagen de David Rivas "Darife"

No era esta la entrada que estaba escribiendo, pero es que la muerte de D10S está tan presente en todos los medios que hasta me hace relacionar al “pelusa” con Villalba.

Pongámonos en situación, son los primeros ochenta y los chavales hacíamos colecciones de cromos que comprábamos donde Chani o en el resto de quioscos y estancos de la localidad a la salida de misa y que intercambiábamos. No eran cromos adhesivos aún, porque Mr. Panini todavía no arrasaba en el sector.  Santillana, Juanito, Stielike o el exótico por aquel entonces Cunningham, eran las estrellas del Real Madrid, mientras que en el Barça lo eran Simonsen, Carrasco, Schuster o Quini. Pero no olvidemos que en aquellos tiempos donde solo jugaban dos jugadores extranjeros la igualdad era mayor y así, los equipos vascos ganaron cuatro ligas de forma consecutiva. López Ufarte, Arconada, Satrustegui, Zamora, Dani, Rojo, Sarabia, Goikoetxea eran referentes en sus equipos y en la lista de la selección de Santamaria que disputaría el mundial 82.

Valencia, Zaragoza y por supuesto Atlético de Madrid entre otros, también tenían grandes equipos para brillar a gran altura.

Eran los tiempos en los que los chavales a lo más que podíamos aspirar era a que nos comprasen una camiseta de algodón de nuestro equipo en Pilmod (ubicado en Honorio Lozano al lado de la peluquería de Los Montero) o Géminis (con tienda en el Gorronal cerca de la Selecta y en la Plaza de España junto a La Gaditana). De aquellas tiendas de deportes solo queda Vidal Espinosa (y sus permanentes liquidaciones por cese de negocio) y  Deportes Daniel’s, que por aquel entonces volcaba sus esfuerzos en el Club de Atletismo y que llevaba a Josefa Cruz por todas las carreras de la comarca.

A aquellas camisetas luego nuestras madres les cosían los escudos bordados que te los vendían por separado y el número de tu jugador preferido que lo pegaban a golpe de plancha.

Eran los tiempos del “balón de reglamento” Tango Adidas y otros similares, cuyos balonazos picaban como demonios y que con el agua pesaban horrores hasta el punto de casi perder el bote. Pero en las calles todos queríamos cabecear como Santillana, tener el olfato de gol de Quini o regatear como Maradona. Y a la que nos juntásemos unos cuantos, el derbi entre barrios ya estaba servido en el Campo de la Iglesia, el Campo de la Vía, El Beauty, Los Rollos o incluso en Los Belgas si el ganado no lo impedía.

El tener un amigo con un balón de reglamento era equivalente a tener un tesoro, ya que la mayoría de las veces se jugaba con balones de goma que no pesaban casi nada y cuyo impacto era menos doloroso y causaba menos daños materiales, pues no siempre se jugaba en el campo y eran más las veces que las porterías venían marcadas por las ruedas de los coches y los bordillos o por las puertas de las casas bajas. Eso sí, la escandalera siempre estaba garantizada.

Ese paisaje cambió drásticamente en 1985 coincidiendo con la plata olímpica de Los Ángeles 84 y el desembarco del proyecto que dio lugar al Club Baloncesto Collado Villalba. A partir de entonces los balones pasaron a ser Molten o Mikasa y cualquier objeto con forma circular que se pudiese colgar en una pared valía como canasta. Pero eso ya es otra historia.

 

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