El pasado miércoles me llegó una triste noticia. Una persona de mi edad había muerto tras una larga enfermedad.
Siempre sobresaltan este tipo de noticias cuando el
protagonista es una persona de tu generación y mucho más cuando has tratado con
ella como así había sido el caso. Y es que mi historia con ella, aunque
efímera, es bastante particular.
Resulta que ella iba al colegio de la Santísima Trinidad,
justo frente al Carlos Ruiz. Iba un curso por debajo de mí, pero para hacer
honor a la verdad, no la tenía datada de aquella fecha. Creo que ya he hecho
mención en alguna ocasión a esa especie de “muro de la vergüenza”, más bien callejón,
que separaba ambos colegios. Y a esa diferencia horaria que hacía que no
coincidiesen nunca las entradas y salidas de ambos colegios, algo que a lo
mejor hoy se justificaría por temas de tráfico, pero que en los años 70-80 no tenía
ningún sentido, pues todos íbamos “en el coche de San Fernando”. Así que era
frecuente el ver a las chicas de “Las Monjas” apoyadas en el muro del Carlos
Ruiz viendo como apurábamos los últimos minutos antes de la llamada a clase.
El caso es que a través de las redes sociales esta persona
comentó en más de una ocasión mis entradas al blog. Unas veces alineada a mi
forma de ver las cosas y otras veces no tanto. Con el estallido del fenómeno de
los grupos de Facebook, esta persona pasa a interactuar más conmigo, hasta el
punto en que un día me pide si la puedo hacer un favor. Un favor que puedo
satisfacer tras una gestión en mi puesto de trabajo y que implica que tengo que
quedar con ella para hacerle una entrega.
La situación fue cuanto menos curiosa, pues yo solo había tratado
mínimamente con ella de forma virtual, ante lo que yo me vi como si fuera a una
especie de cita a ciegas y le tuve que preguntar que como nos íbamos a
reconocer (aunque yo iba a llevar un bulto de importancia) a lo que ella me
dijo que ya me daría cuenta cuando la viese.
Y así fue, pues cuando vi a una chica partiéndose de risa
por la Calle Real mirándome me dije, “esta tiene que ser”. Ese día entablamos
una breve charla y empezamos a hablar de aquellos años. Conocía al detalle a
mis compañeros de colegio, a mis amigos del barrio e incluso a gente que por
aquel entonces yo tenía en el anonimato en las RRSS.
A aquel encuentro le sucedieron un par de quedadas grupales
de Facebook y algún encuentro más e incluso la devolución del favor prestado
con otro par de favores por su parte hacia mí. Que bonitas son las redes cuando
sirven para tender lazos y afianzar la colaboración de la sociedad.
Pero ya sabemos todos como han ido evolucionando la mayoría
de los grupos de Facebook que hay relativos a nuestro pueblo (creo que en menor
o mayor medida el fenómeno es igual en todas partes). Se han terminado
convirtiendo en un “ring político” solo apto para afiliados y gente amargada y
ambiciosa y donde la exposición se ha convertido en algo que puede llegar a ser
incluso peligroso.
Así que la perdida de interés por mi parte en esos grupos,
su cada vez más marcado pensamiento ideológico y los algoritmos que no me
mostraban sus publicaciones, provocaron que poco a poco fuese perdiendo
contacto con ella. Supongo que también la evolución de la enfermedad la hizo
bajar el pistón en cuanto a publicaciones hasta que prácticamente quedo oculta
para mí. Alguna vez pregunté a una amiga común por como estaba, pero poco más
pude saber de ella.
Desgraciadamente, el marco de la última conversación con
ella fue muy condicionado por todo lo expresado anteriormente y por supuesto
por la enfermedad. Pero yo me quiero quedar con la chica que sonreía al llegar hacia
mí por la Calle Real. Esa era la auténtica, lo demás son elementos del decorado
de la vida que muchas veces no hacen justicia a las obras que se representan en
ella.
Fuiste una “amiga”, aunque solo fuese durante ese breve
periodo de tiempo, pues me ayudaste cuando te pedí ayuda igual que yo lo
intenté, aunque tal vez no tanto como debería haberlo hecho. Y me has hecho que
saque una enseñanza de este mundo de las RRSS, que te ponen delante a gente
anónima que merece muy mucho la pena, pero que por desgracia tiene un frágil
equilibrio y es un decorado de cartón piedra donde abundan bastante más las
personas tóxicas y sus efectos son devastadores.
Solo me queda la posibilidad de despedirme de tí con una canción que seguro habrias apreciado como buena melómana que eras.
“Descansa En Paz”.
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