Aunque aún estén pendientes de paso los famosos veranillos
de San Miguel y del membrillo, lo cierto es que ya podemos ir poniendo el
cierre al verano de este año, pues los días otoñales han decidido pasar a
visitarnos antes de lo que lo venían haciendo últimamente.
Y todo bajo los coletazos aislados de los restos de la
famosa Dana que tantos estragos ha generado por buena parte de la costa mediterránea.
Afortunadamente, en el caso de la Sierra del Guadarrama todo ha quedado
reducido a alguna lluvia intensa, pero sin ni tan siquiera llegar a tormenta.
Así el pasado domingo la lluvia puso ese color gris que a
algunos les causa más depresión que escuchar los grandes éxitos de Los
Secretos, pero en mi caso eso no fue lo más triste de estos días, pues he
podido ver algo que ha revuelto mis recuerdos de infancia y amenaza con
enterrarlos.
Estos días, en la urbanización Peñanevada I, han empezado
unas obras que de momento han arrasado con la pista deportiva de la que gozaba
dicha urbanización a la que tengo asociados tantos recuerdos.
Para poner en antecedentes, esta urbanización era la típica de
segunda residencia de muchos madrileños que venían en invierno y los menos
todos los fines de semana desde su construcción a principios de los años 70 y
hasta entrados los primeros noventa. Una urbanización cuyos pisos no eran gran
cosa, pero con buenos parques y jardines, así como piscina y la citada pista
deportiva.
Así pues, solo teníamos un obstáculo para poder usar esas
pistas, Andrés el conserje. Un hombre mayor y de corpulencia intimidatoria para
los chavales y con el que había que estar atento si no querías llevarte alguna
colleja, pues algún tirón de oreja propició el señor Andrés. Entre semana
levantaba un poco la mano, pero había que estar ojo avizor, pues tenía un
cierto carácter bipolar y tras unos cuantos paseíllos sin decirnos nada, podía
aparecer de la nada e ir a por nosotros propiciándonos un buen susto y la
correspondiente carrera asociada.
Así que entenderán que para mí se trata de algo más que una
simple obra, pues en cierto modo, en los escombros de esa obra se está enterrando
mi poco espíritu de James Dean. Ojalá se trate de una pequeña obra de
impermeabilización de los garajes que están bajo la pista, que bien pudiera ser
dado la antigüedad de la obra y puesto que está asentada sobre unos aún más
antiguos depósitos de agua, pero el ver que han quitado hasta el perímetro de
piedra me hace albergar mis dudas. Ya hace un tiempo cortaron las canastas de
baloncesto, algo que me imagino que vendría dado o bien por no estar
homologadas por temas de seguridad o bien por las molestias del ruido que
provocaban por ser su tablero una chapa metálica.
Si se confirmase la perdida de las pistas en la urbanización
además de la perdida de una parte de la memoria de este barrio, se produciría
algo aún peor, la confirmación de su envejecimiento, algo paralelo a la lenta e
inexorable muerte que está sufriendo nuestro pueblo sin que le demos ni tan
siquiera una aspirina que calme sus males.
Seguro que alguno de los que ha llegado con su lectura hasta
aquí, recuerda esas pachangas o los grandes partidos de fútbol sala de los
mayores de la urbanización. ¿Os acordáis de “Pelé” y su camiseta de la canarinha?
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