Desde que estalló la burbuja inmobiliaria que ha llevado
hasta la grave situación económica global que vive nuestro país, han sido
muchas las ocasiones en las que se ha puesto como solución o como vía para la
recuperación económica la mejora de nuestra competitividad.
Se nos acusa de la falta de competitividad con respecto a
otros países y se nos invita a parecernos a los asiáticos. Mal asunto este de
querer nuestra mejora queriendo equipararnos a países que han salido de la
época feudal hace dos días como quien dice.
Y para ello se nos pone como ejemplo de cómo hay que
trabajar a los chinos y su capacidad de trabajo cuyo ejemplo tenemos a la
vuelta de la esquina en cualquier esquina en sus bazares donde hacen su vida,
tanto profesional como familiar.
Pero fíjense por dónde, que esto de los bazares no es un
invento chino. Que este concepto ya existía entre nosotros antes de que los
chinos comenzasen a extenderse por toda la geografía y a copar polígonos enteros
como el de Cobo Calleja.
Y es que los que tengan unos años, seguro que recuerdan
algunos de estos nombres: “La Oca” (donde nos compraban casi toda la ropa a los
niños), “El Arca de Noé”(para comprar calzado, ropa interior o incluso algún chándal),
“González” (conocida también como la tienda de las de Don José, cuyo suelo de
madera vieja parecía que te iba a tragar), “Confecciones Menchu”(de moda
infantil, que aún sigue abierta).
Pero sin duda alguna, la que se puede considerar como la
predecesora de los bazares chinos en la localidad, es esa extraña tienda que está
ubicada en la Calle Real y a la que todos conocemos como “Los Cámara”, actualmente "Comercial de la Cámara".
Allí
durante años, los villalbinos hemos podido ir a comprar cualquier cosa, desde
unos cordones para unos zapatos a un bote de pintura, pasando por cremalleras,
perfumes, matarratas o disfraces. Si se sigue fabricando el papel higiénico de
El Elefante, estoy seguro de que es en Los Cámara donde lo podré encontrar,
como las cuchillas Filomatic y otros artículos de tiempos pasados, tiempo que
parece no haber pasado nunca entre las paredes de la tienda.
Existen otros lugares donde podemos encontrar algunas de estas cosas, pero ninguno con el encanto de
esta vetusta tienda, donde uno no sabe lo que puede llegar a encontrar,
simplemente pide lo que busca, el dependiente desaparece entre el maremágnum y
poco después aparece con el ansiado objeto de deseo.
En unos tiempos tan difíciles para el comercio como los que
vivimos actualmente por la caída del consumo, el que esta tienda siga en pie
parece un milagro, pero es el milagro del día a día, de ofrecer al consumidor
una solución cuando busca ese artículo imposible. Es el mérito de haber logrado
ser una pequeña parte de la memoria de los villalbinos.
Por todo ello ojala esta tienda siga abierta por mucho
tiempo, ya que si un día echase el cierre, una pequeña parte de nuestra vida se
habrá cerrado con ella.
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