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sábado, 23 de mayo de 2020

Otros tiempos


Imagen de Guia Villalba
A finales de la semana pasada, el amigo Jaime Fresno, el cronista de la vida de nuestro municipio y el que está llamado a dejar el testimonio escrito para las futuras generaciones, de lo que ha sido y es Collado Villalba como en otros tiempos hicieron Luis Antonio Vacas o Julián Redondo con sus plumillas, publicaba un sentido homenaje a Domingo, el mesonero que echó raíces con su local al pie de la Plaza de la Estación, en otro tiempo foco de la vida de Villalba por su proximidad a la Estación y la Parroquia de la Santísima Trinidad.

Era el adiós a Domingo, a una persona a la que le guardaba un afecto especial, pero también a un oficio de otro tiempo, al del mesonero que igual te servía una cerveza, que un chato de vino, que el plato del día. Pero no solo eso, era el que sabía todo lo que se cocía en el pueblo, el que escuchaba al otro lado de la barra, el que mantenía la conversación con el taurino y con el futbolero, que sabía de cocina y muchas cosas más. Ojo que una cosa es abrir la boca y largar mucho y otra bien distinta saber escuchar y conversar.

En estos días en los que tenemos en las noticias brazos robóticos para servir cervezas y la deshumanización de un oficio que no se concibe sin su vertiente más social, el artículo de Jaime era casi un réquiem por un oficio extinguido, porque por precio o por carta podemos ir a las cadenas de restauración rápida, pero no le preguntes al camarero el resultado del fútbol, que bastante tiene con servir 10 mesas a la vez.




Algo así como lo que ya pasó con las tiendas de barrio que tanto hemos echado en falta en los primeros compases de la pandemia. Esas tiendas en las que coincidían las vecinas para ir a comprar el pan y algún olvido que otro, aunque las compras fuertes las hiciesen en los supermercados más grandes que empezaron a asomar allá por los 80’s o en el economato de MADE. Eran cinco o diez minutos de impás en la vida de las trabajadoras amas de casa de aquellos años, las que tenían que cuidar a dos o tres hijos, llevarlos y traerlos al cole sin coche, cuidar de sus mayores, tener el plato de comida listo para cuando llegasen las otras unidades familiares (esposo que algunas veces comía y salía disparado a trabajar, el hijo mayor del instituto…)

En un mundo en el que no había televisión por la mañana y el ritmo lo marcaban Luis del Olmo e Iñaki Gabilondo, ir a comprar el pan suponía un pequeño relax, corto eso sí, que se había dejado el fuego puesto y a la mas mínima te quedabas sin comida o estabas a medio limpiar la casa y había que cerrar frentes antes de que llegasen los hambrientos churumbeles.

“Hay que ver que caro se está poniendo todo…” “si es que a mí me lo dejan carísimo, a ver si empiezan a venir los melones ya más baratitos, que las cerezas ya no están en temporada”, lamentos y quejas de las “economistas madres” que hacían filigranas para llegar a fin de mes en los años de la reconversión industrial, en los años en los que el esfuerzo se premiaba y donde los caprichos y lujos estaban al alcance de unos pocos elegidos. Eran frases muy comunes que podías escuchar día tras día mientras comprabas algo de fruta porque esa semana había llovido y no habías podido ir al mercadillo o comprabas el cuarto y mitad de chóped para los bocadillos hasta que fueses a "Las Cigüeñas o el Mercado Municipal” cuando ya aprovechabas a comprar la carne y el pescado.

Y mientras se hacía el repaso general al barrio, “¿sabes algo de La Petra?”. “Se ha ido al pueblo esta semana”. “Ya pronto vuelven los veraneantes” …

Mucha vida en torno al pan de cada día
Cada tendero o tendera de barrio de este pueblo, no solo eran unos profesionales de su oficio, eran también referentes de los barrios de este pueblo. Sabían mucho de cada uno de nosotros, tal vez hasta demasiado. Tenían listas abiertas a medio barrio para "financiar" esas pequeñas compras que algunos demoraban en pagar y que buenos dolores de cabeza les provocaban o para enviar a los niños a por la compra con un trozo de papel, pero sin la responsabilidad del dinero. Daba igual como se llamase la tienda, era ir "Donde la Rosi" o "Donde la Herminia"

Y uno recuerda también al lechero chismoso que te traía más noticias que el Hola y te llenaba el cazo que luego tenías que hervir. O el panadero de Casa Serafín que hacía sonar el claxon de la furgoneta y había que soltar lo que hicieses para ir a por el pan porque de lo contrario se escapaba. Los corrillos en torno a esa furgoneta y el pase de revista para ver si faltaba alguien… Y rápidamente cada uno a su tarea, que el tiempo es oro.

Otros trabajos y otros tiempos que la
pandemia nos ha hecho valorar un poco más. ¿Mejores? Como siempre según con quien te haya tocado ir al baile.

2 comentarios:

  1. Ay la Herminia...pobre Nastas, descanse en paz...Dajopa, los Frutos...qué tiempos...

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  2. Si. Que tiempos de tiendas de chucherias y de vida en las calles y no el barrio marchito por el que transito todos los días.
    Por cierto, si vieses hoy el Bar El Faro...

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