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lunes, 16 de septiembre de 2019

Pachangas y otoño


Aunque aún estén pendientes de paso los famosos veranillos de San Miguel y del membrillo, lo cierto es que ya podemos ir poniendo el cierre al verano de este año, pues los días otoñales han decidido pasar a visitarnos antes de lo que lo venían haciendo últimamente.

Y todo bajo los coletazos aislados de los restos de la famosa Dana que tantos estragos ha generado por buena parte de la costa mediterránea. Afortunadamente, en el caso de la Sierra del Guadarrama todo ha quedado reducido a alguna lluvia intensa, pero sin ni tan siquiera llegar a tormenta.

Así el pasado domingo la lluvia puso ese color gris que a algunos les causa más depresión que escuchar los grandes éxitos de Los Secretos, pero en mi caso eso no fue lo más triste de estos días, pues he podido ver algo que ha revuelto mis recuerdos de infancia y amenaza con enterrarlos.

Estos días, en la urbanización Peñanevada I, han empezado unas obras que de momento han arrasado con la pista deportiva de la que gozaba dicha urbanización a la que tengo asociados tantos recuerdos.
Para poner en antecedentes, esta urbanización era la típica de segunda residencia de muchos madrileños que venían en invierno y los menos todos los fines de semana desde su construcción a principios de los años 70 y hasta entrados los primeros noventa. Una urbanización cuyos pisos no eran gran cosa, pero con buenos parques y jardines, así como piscina y la citada pista deportiva.


Esa pista era objeto de deseo por parte de la chavalería que vivía alrededor de la urbanización, pues estaba libre durante todo el tiempo salvo fines de semana y verano. ¿Como no acercarnos a tirar unas canastas en pleno boom del baloncesto en Villalba y evitar así arraigo de las telarañas? Si es que ni aun juntándose todos los críos de la urba conseguían formar equipo para jugar una buena pachanga. Además, los que vivían todo el año en la urbanización no solían poner pegas, pues eran nuestros amigos, aunque los fines de semana y en verano, alguno se cambiase de chaqueta y nos mirase por encima del hombro y argumentasen el famoso “bajamos al pueblo” en cuanto salían de la puerta de la urbanización, expresión que a los indígenas villalbinos nos repateaba.

Así pues, solo teníamos un obstáculo para poder usar esas pistas, Andrés el conserje. Un hombre mayor y de corpulencia intimidatoria para los chavales y con el que había que estar atento si no querías llevarte alguna colleja, pues algún tirón de oreja propició el señor Andrés. Entre semana levantaba un poco la mano, pero había que estar ojo avizor, pues tenía un cierto carácter bipolar y tras unos cuantos paseíllos sin decirnos nada, podía aparecer de la nada e ir a por nosotros propiciándonos un buen susto y la correspondiente carrera asociada.

Así que entenderán que para mí se trata de algo más que una simple obra, pues en cierto modo, en los escombros de esa obra se está enterrando mi poco espíritu de James Dean. Ojalá se trate de una pequeña obra de impermeabilización de los garajes que están bajo la pista, que bien pudiera ser dado la antigüedad de la obra y puesto que está asentada sobre unos aún más antiguos depósitos de agua, pero el ver que han quitado hasta el perímetro de piedra me hace albergar mis dudas. Ya hace un tiempo cortaron las canastas de baloncesto, algo que me imagino que vendría dado o bien por no estar homologadas por temas de seguridad o bien por las molestias del ruido que provocaban por ser su tablero una chapa metálica.
Si se confirmase la perdida de las pistas en la urbanización además de la perdida de una parte de la memoria de este barrio, se produciría algo aún peor, la confirmación de su envejecimiento, algo paralelo a la lenta e inexorable muerte que está sufriendo nuestro pueblo sin que le demos ni tan siquiera una aspirina que calme sus males.

Seguro que alguno de los que ha llegado con su lectura hasta aquí, recuerda esas pachangas o los grandes partidos de fútbol sala de los mayores de la urbanización. ¿Os acordáis de “Pelé” y su camiseta de la canarinha?  



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